Cuajinicuilapa, un pedazo de Africa en Guerrero.

El municipio de Cuajinicuilapa se halla en la Costa Chica de Guerrero, en el límite con el estado de Oaxaca, con el municipio de Azoyú y el océano Pacífico. Predominan en la región los plantíos de jamaica y ajonjolí; en la costa hay palmeras, milpas y hermosas playas de blanca arena. Es una sabana de terrenos planos y extensas llanuras, con un clima cálido donde la temperatura promedio anual alcanza los 30ºC.



El nombre del municipio está formado por tres vocablos de origen náhuatl: Cuauhxonecuilli-atl-pan; cuajinicuil, árbol que crece a orillas de los ríos; atl que significa “agua”, y pan que quiere decir “en”; entonces Cuauhxonecuilapan significa “Río de los cuajinicuiles”.

Antes de la llegada de los españoles, Cuajinicuilapa era provincia de Ayacastla. A su vez, Igualapa fue la cabecera de la provincia hasta la Independencia y después se trasladó a Ometepec.

En 1522 Pedro de Alvarado fundó en el corazón de Ayacastla la primera villa española en Acatlán. En 1531 una insurrección tlapaneca ocasiona la huida masiva de los lugareños y la villa es paulatinamente abandonada. En ese siglo XVI la población indígena fue desapareciendo debido a las guerras, la represión y las enfermedades.

Los españoles, así, se vieron en la necesidad de buscar trabajadores de otras latitudes para seguir explotando las tierras usurpadas, dando inicio de esta manera a la trata negrera, que constituye uno de los hechos más crueles y lamentables de la historia de la humanidad. Deportados masivamente en un tráfico ininterrumpido durante más de tres siglos, un número superior a veinte millones de africanos en edad productiva fueron arrebatados de sus pueblos y reducidos a mercancía y a motores de sangre, causando una perdida demográfica, económica y cultural casi irreparable para África.

Aunque la mayoría de los esclavos llegaban al puerto de Veracruz, también hubo desembarcos forzosos, contrabando de esclavos y grupos de cimarrones (esclavos libres) que llegaron a la Costa Chica.

A mediados del siglo XVI don Mateo Anaus y Mauleon, hidalgo y capitán de guardia del virrey, acaparó enormes extensiones de tierra en lo que fuera la provincia de Ayacastla, que comprendía por supuesto a Cuajinicuilapa.

La región fue convertida en un emporio ganadero que abastecía a la colonia de carne, pieles y lana. En esta época llegaron a la región varios negros cimarrones que buscaban refugio; algunos venían del puerto de Yatulco (hoy Huatulco) y de los ingenios de Atlixco; éstos aprovecharon lo aislado de la zona para establecer pequeñas comunidades donde pudieran reproducir sus patrones culturales y vivir con cierta tranquilidad lejos de sus crueles represores. En caso de ser capturados recibían un feroz castigo.

Don Mateo Anaus y Mauleon les brindó protección y con ello obtuvo mano de obra barata, de tal modo que poco a poco Cuajinicuilapa y sus alrededores se fueron poblando de cuadrillas de negros.

Las haciendas de esa época fueron verdaderos centros de integración étnica donde convivían, junto con los amos y sus familias, todos aquellos que se dedicaban al trabajo de la tierra, la vaquería, el curtido de pieles, la administración y la atención doméstica: españoles, indios, negros y toda suerte de mezclas.

Los esclavos se hicieron vaqueros y se dedicaron en buen número al curtido y la preparación de pieles.
Los siglos transcurrieron con abandonos, nuevos repartos territoriales, conflictos armados, etcétera.

Hacia 1878 se instaló en Cuajinicuilapa la casa Miller, que fue fundamental en el devenir de la región durante el siglo XX.

La casa era una sociedad de los Pérez Reguera, pertenecientes a la burguesía de Ometepec, y Carlos A. Miller, un ingeniero mecánico estadounidense de origen alemán. La sociedad consistía en una fábrica de jabón, así como en la cría de ganado y en la siembra del algodón que serviría como materia prima para elaborar los jabones.

El latifundio Miller abarcaba todo el municipio de Cuajinicuilapa, con una extensión aproximada de 125 mil hectáreas. Los ancianos afirman que entonces “Cuajinicuilapa era un pueblo con apenas 40 casitas de zacate y techo redondo”.

En el centro vivían los blancos comerciantes, quienes sí tenían casa de adobe. Los morenos habitaban puras casitas de zacate entre el monte, un redondito y a un lado un caídito para la cocina, pero, eso sí, un gran patio.

El redondo, evidente aportación africana, fue la vivienda característica de la región, aunque hoy sólo quedan algunos, pues tienden a ser sustituidos por casas de material.

En las fiestas, se asegura, las mujeres de los diferentes barrios se ponían a competir con puros versos, y a veces se llegaban a pelear, incluso con machetes.

Los vaqueros de Miller cargaban sus mulas con algodón hasta la barra de Tecoanapa, en un recorrido de hasta diez días para llegar al embarcadero, de donde salían a Salina Cruz, Manzanillo y Acapulco.

“Antes era otra cosa, en el monte se hallaba que comer sin necesidad de comprar, sólo teníamos que ir a los charcos o al río a pescar, a cazar iguana, y los que tenían armas se iban a venadear.

“En tiempo de secas nos íbamos al bajo a sembrar; hacía uno su enramadita que servía de casa todo ese tiempo, el pueblo se quedaba sin gente, cerraban sus casas y como no habían candados se ponían espinas en las puertas y ventanas. Hasta mayo se regresaba al pueblo a preparar las tierras y esperar las lluvias”.

Hoy en Cuajinicuilapa han pasado muchas cosas, pero en lo esencial la gente sigue siendo la misma, con su memoria, sus fiestas, sus danzas y en general con sus expresiones culturales.

Danzas como la artesa, las chilenas, el baile de la tortuga, Los Diablos, los Doce Pares de Francia y la Conquista, son características del lugar. También son importantes las aportaciones relativas a lo mágico religioso: curar enfermedades, resolver problemas emocionales con el uso de amuletos, plantas medicinales, etcétera.

Aquí se han organizado encuentros de pueblos negros con el fin de revalorar los elementos de identidad que les permitan unificar y fortalecer el proceso de desarrollo de los pueblos negros de la Costa Chica de Oaxaca y Guerrero.

En Cuajinicuilapa se encuentra el primer Museo de la Tercera Raíz, es decir, de la africanía en México.

El municipio cuenta con sitios de singular belleza. Cerca de la cabecera, a unos 30 km, está Punta Maldonado, pintoresco lugar de la costa, pueblo de pescadores con mucha actividad e importante producción pesquera.

Los hombres salen al amanecer y regresan ya entrada la noche, en jornadas que rebasan las quince horas todos los días. En Punta Maldonado son excelentes las langostas que se pescan a pocos metros de la playa. Aquí se yergue un antiguo faro que señala prácticamente los límites del estado de Guerrero con el de Oaxaca.

Tierra Colorada es otra pequeña comunidad del municipio; sus habitantes se dedican sobre todo a la siembra del ajonjolí y de la jamaica. A poca distancia del poblado se encuentra la hermosa laguna de Santo Domingo, la cual posee una gran variedad de peces y de aves que se descubren entre los espectaculares manglares que rodean a la región lacustre.

La barra del Pío no está lejos de Santo Domingo, y al igual que ésta, es de gran belleza. A esta barra llegan por temporadas gran cantidad de pescadores, quienes levantan viviendas que habrán de utilizar por algún tiempo. Es común llegar a estos lugares y encontrarse con la sorpresa de que todas las casas están deshabitadas. No será sino hasta la próxima temporada cuando los hombres y sus familias regresen y recuperen sus ramadas.

En San Nicolás la gente es festiva, siempre hay pretexto para la fiesta, cuando no es la feria, es el carnaval, la boda, los quince años, el cumpleaños, etcétera. Los pobladores se distinguen por ser alegres y bailadores; la gente dice que después de los fandangos (que duraban hasta tres días) se enfermaban e incluso algunos morían bailando.

A la sombra de un árbol (parota) se bailan sones, y la música se hace con cajones, varitas y un violín; se baila arriba de una tarima de madera conocida como “artesa”, la cual se manufactura en una sola pieza de madera y tiene a los extremos una cola y una cabeza de caballo.

Otra danza característica es el “torito”: un toro de petate sale de paseo por el pueblo y todos los lugareños bailan y juegan alrededor de él, pero éste arremete contra los asistentes, que hacen todo tipo de peripecias para salir bien librados.

Los “diablos” son sin lugar a dudas los que mayor presencia tienen, sus coreografías son vistosas y animadas; con movimientos libres y ágiles acicatean a los asistentes con sus látigos de cuero; y las máscaras que portan son de un “enorme realismo”.

Los más jóvenes, vestidos con vistosos trajes, interpretan la danza de la “Conquista” o los “Doce Pares de Francia”; en estas coreografías aparecen los personajes más inesperados: Cortés, Cuauhtémoc, Moctezuma, hasta Carlomagno y los caballeros turcos.

Las “chilenas” son danzas elegantes de movimientos particularmente eróticos, sin lugar a dudas propios de esta región afromestiza.

Probablemente hoy no sea tan importante saber qué tan africana es la cultura de los nativos, sino entender lo que es la cultura afromestiza y definir sus aspectos determinantes como etnia viva, que si bien no tienen lengua y vestido propio, sí poseen un lenguaje corporal y simbólico que ellas y ellos utilizan como expresión comunicativa.

En Cuajinicuilapa los lugareños han dado muestras de su enorme fortaleza al levantarse de todos los imponderables climáticos que afectan la zona prácticamente todos los años.

Se recomienda ampliamente visitar esta hermosa región de la Costa Chica de Guerrero, con sus bellas playas y su gente amable y trabajadora que siempre estará dispuesta a ayudar y a compartir.



Danza de los Diablos.