Curiosidades para conocedores.

¿Y si la Tierra fuera cúbica?

Los responsables de una web estadounidense dedicada a las matemáticas imaginaron una Tierra cúbica y las implicaciones físicas que tendría. Sería en realidad como seis mundos independientes, con seis océanos y atmósferas “faciales” no relacionadas entre sí. En cada cara, la porción de océano y atmósfera correspondiente se agruparían por acción de la gravedad en el centro, formando una especie de “lentilla” oceánica rodeada de Tierra, englobada en otra “lente” atmosférica mayor. Dos de las caras permanecerían siempre heladas (las de los polos) y eso del clima “global” pasaría a ser un concepto extravagante, ya que en realidad cada cara sería un compartimento estanco. La vida solo sería posible en las zonas circulares que rodeasen a los mares y que quedasen bajo el amparo de la burbuja de aire. De hecho, las atmósferas podrían ser muy diferentes entre sí (irrespirables para los organismos que vivieran en otras caras). Una ventaja: las aristas del cubo quedarían permanentemente expuestas al espacio, por lo que los lanzamientos espaciales serían realmente económicos.

Y si el hielo fuera más denso que el agua?

Una de las características más especiales del agua es que, al contrario de lo que sucede con otros líquidos, su forma sólida es menos densa, lo cual la lleva a flotar; y es que en vez de contraerse con el frío, como les sucede a todos los sólidos, el agua se expande.  Esto, sin ir más lejos, ha permitido la vida acuática. En el mundo real, el agua fría de la superficie se congela cuando la temperatura cae a cero o por debajo, formando una película de hielo sobre el lago, bajo la cual los seres prosiguen con sus vidas. En un mundo en el que el hielo fuera menos denso que el agua, este iría cayendo al fondo paulatinamente, permitiendo que más y más agua superficial quedara expuesta a las frías condiciones climáticas, congelándose y cayendo a su vez al agua. Cuando toda el agua del lago se hubiese congelado, las criaturas que en él nadaran perecerían.
De hecho, dado que sabemos que las primeras formas de vida surgieron en los océanos, de no ser por esta particularidad del agua lo más probable es que la vida, tal cual la conocemos, no habría surgido, ya que, sin ir más lejos, no habría el oxígeno que respiramos y que le debemos a nuestras viejas amigas las cianobacterias. De existir la vida en un mundo con hielo más denso que el agua, la evolución habría tenido que idear formas sumamente distintas.