La peor publicidad para un adivino es morirse sin haber avisado de que lo iba a hacer. Y eso le ocurrió a Michele de Notredame (más conocido por su nombre latino de Nostradamus) el 2 de julio de 1566, que se murió sin avisar. Cada vez que el mundo está pendiente de un acontecimiento trascendental o sufre un suceso grave, siempre se descuelga alguien diciendo que Nostradamus ya lo advirtió. Nostradamus sólo fue un hombre del Renacimiento más listo que el hambre.
Nostradamus era un buen médico, avanzado a su tiempo, pero descubrió que hacer horóscopos para nobles era más rentable que curar a la plebe. La fama le llegó a Nostradamus cuando publicó las famosas Profecías y algunos quisieron ver que sus pronósticos se cumplían. Una de las más convencidas fue la reina de Francia Catalina de Medici, y, claro, al tener a la reina como principal cliente, lo demás le vino rodado. El truco de Nostradamus estaba en escribir sus supuestas profecías con un estilo enrevesado, incomprensible, construyendo mal las frases y comiéndose los verbos, de tal forma que su dificultosa lectura da lugar a infinidad de interpretaciones.
Escrutando sus textos del derecho y del revés muchos han llegado a ver que predijo el atentado a las Torres Gemelas, la guerra de Yugoslavia, el nacimiento de Hitler… Pero es que es muy recurrente buscar acontecimientos en quinientos años de historia, luego irse a una profecía de Nostradamus y decir, ¡albricias!, ¡coincide!
Lo gracioso es que la reina de Francia Catalina de Medici intentó usar a Nostradamus contra Felipe II para amedrentarle justo antes de que se produjese la batalla de San Quintín. La reina encargó a su profeta la carta astral de Felipe II y ordenó que se la entregaran en mano. Felipe, que no era tonto, supuso que allí dentro irían malos augurios para acobardarle e intentar hacerle desistir de plantear batalla, así que directamente la quemó sin mirarla. Y aquí se supone que Nostradamus patinó estrepitosamente, porque Felipe II ganó en San Quintín por goleada.