Las
emociones son respuestas que nos sirven para adaptarnos. Estas capacidades de
adaptación al ambiente incluyen procesos de afrontamiento con emociones “positivas
o placenteras” (ej. alegría, amor) y “negativas o displacenteras” (ej. malestar,
miedo, ira). Contrario de la idea generalizada de que hay emociones negativas
que deben ser evitadas o reprimidas, cada emoción tiene una función, por
ejemplo, el enojo, que tradicionalmente se considera una emoción negativa, nos
puede servir como impulso para superar un obstáculo (Universidad Autónoma Metropolitana
Azcapotzalco, s.f.). El problema surge cuando carecemos de habilidades que nos
permitan regular las propias emociones y permitimos que estas dominen nuestra
conducta ante diversas situaciones.
En
contextos de salud mental, se ha encontrado que detrás de algunos trastornos hay
malestares emocionales provocados por falta de habilidades que los regulen, afectando
así la calidad de vida de las personas que los viven y la de quienes interactúan
con ellas (UNAM, 2021). Regular nuestras emociones nos permite cultivar una
actitud responsable, positiva y optimista que nos ayudará a desempeñarnos con
éxito en las actividades cotidianas, lo que puede favorecer el logro de las
metas personales. La buena noticia es que todas y todos tenemos la capacidad de
aprender a regular nuestras emociones y hacerlas nuestras aliadas (Programa de
las Naciones Unidas para el Desarrollo, 2018). A esta la conocemos como
autorregulación emocional.
De
acuerdo con Daniel Goleman (1996), la autorregulación emocional es la capacidad
para regular nuestra conducta y nuestro estado emocional de forma flexible en
función de las necesidades en la vida diaria.
La
autorregulación emocional se relaciona también con la forma en la que enfocamos
nuestra atención, cómo interpretamos la realidad y cómo reaccionamos. Esta
capacidad para gestionar pensamientos, emociones y acciones mediante
estrategias personales nos permite hacer frente a distintas situaciones, además
de evitar consecuencias no deseadas (Universidad Autónoma Metropolitana
Azcapotzalco, s.f.).
Pero
¿cómo funciona esta gestión de pensamiento-emoción-acción? Todo conflicto está
acompañado de emociones que no nos ayudan. Y toda emoción que no nos ayuda
viene y se alimenta de pensamientos disfuncionales. Si a través de cuestionar
estos pensamientos podemos cambiarlos por pensamientos funcionales y objetivos,
entonces las emociones que no nos ayudan disminuyen su intensidad. Y si esto
pasa: ¡adiós conflicto! La mente entonces, además de determinar cómo nos
sentimos, tiene la capacidad de modificarlo (Programa de las Naciones Unidas
para el Desarrollo, 2018).
Una
estrategia para la gestión de pensamientos, emociones y conductas es el llamado
Triángulo Cognitivo (Therapist Aid, 2021), el cual consiste en un esquema que
ejemplifica el mecanismo de influencia entre estos tres elementos y es una herramienta
que puede servirnos para iniciar a identificar lo que sucede con nosotras/os
ante diversas situaciones (es decir, practicar la autoconciencia y el autoconocimiento),
y autorregular nuestros estados emocionales.