En la bruma de un día incierto, los pensamientos se enredan y luchan, las emociones, cual sombras, se asientan, solo el silencio su eco escucha. Un paso atrás, tomar la medida, del caos que nos envuelve y consuma, la mente se calma, la vista se afina, y en el horizonte, la luz se asuma. Los corazones, tempestad constante, se aquietan en la pausa sagrada, y entonces la verdad, con voz brillante, se revela, despejando la nada. A veces, el amor necesita aire, un respiro breve entre los abrazos, para que las raíces busquen el aire, y florezcan destinos más claros. El tiempo, ese maestro distante, nos enseña a valorar las huellas, a comprender que lo grande es constante cuando somos sólo estrellas. Así en la distancia, hallamos sentido, los ríos del alma fluyen serenos, y al volver, con el corazón encendido, vemos el mundo en colores plenos.
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