Hablemos con imágenes*

Aprendamos a decir las cosas como los niños: con imágenes...

Hay ocasiones en que llevamos el conocimiento a cuestas sin darnos cuenta.

Aun en nuestro cerebro, cualquier imagen es visual; tiene que ver con el sentido de la vista.

Hay formas, colores, contornos, encuadres, límites de lo visible. Los percibimos con unos ojos que hemos aprendido a manipular desde dentro de nuestro cuerpo.

Por ello, en el habla y en el alma humana, imágenes y visiones son lo mismo. A los pequeños de las colonias populares les decían, sus madres: “no seas visionudo…” Sabio slang de algunos mexicanismos.



Lo cargamos con todas las de la ley, como una reliquia. Y no nos percatamos de él, porque es una imagen, penetrante, básica, que obtuvimos al hojear un libro, una revista o un periódico. Hay imágenes clavadas en la mente, únicas, contrastadas entre sus cuerpos de realidad y nuestro deseo de volverlas “efectivas”, funcionales, operativas.

Comprendamos la Tierra

Equivalía a decir: “no te contorsiones”, no ofrezcas “visiones” de muñeco de alambre, “ya estás bailando, te contorsionas”, “te ves chistoso”, “no seas pingo…”

Es decir, saber las cosas por lo que estás viendo y jocosamente calificarlas de antemano, antes de describirlas o, precisamente, porque carecen de límites seguros, unidades que siempre rebasarán sus propias descripciones.

Muchas veces construimos, dentro de nuestras frases, narraciones visuales, ocurrencias, sucedidos que se quedan en visiones o imágenes, elementos volátiles que se esfuman antes de desaparecer en la nada.

Nuestra creatividad salvadora

Hay veces que estas imágenes jamás transitan a la realidad. Nos las desataron, en la mente, un estallido, un cadáver, un árbol que se incendia, el aleteo de las pestañas, un bello animal fantástico al que jamás pudimos adjudicarle un nombre y cortarle las rutas de escape con el lenguaje.

Son fotos, tomas cinematográficas que jamás se dejan domesticar. Son elementos, a veces nada efímeros por reiterativos, que no podemos traducir al lenguaje que hablamos o que escribimos. Fogonazos buenos, malos o maliciosos.
Se pierden en los vacíos visuales, blancos, negros y grises del cerebro.

Si intentamos darles un nombre preciso, sentenciarlos, hacerlos una oración, enmarcarlos, entonces se llenan de humo, se esfuman… Aprendamos a decir las cosas que sabemos como los niños: con imágenes, como juegos de apariciones o intenciones de fantasmas.

Deberíamos poseer la libertad de ser visionados. Aunque sea de vez en cuando. Aprendamos a decir las cosas como los niños: con imágenes