Amor, hagamos cuentas.
A mi edad
no es posible
engañar o
engañarnos.
Fui ladrón de caminos,
tal vez,
no me arrepiento.
Un
minuto profundo,
una magnolia rota
por mis dientes
y la luz de la
luna
celestina.
Muy bien, pero, el balance?
La soledad mantuvo
su
red entretejida
de fríos jazmineros
y entonces
la que llegó a mis
brazos
fue la reina rosada
de las islas.
Amor,
con una
gota,
aunque caiga
durante toda y toda
la nocturna
primavera
no
se forma el océano
y me quedé desnudo,
solitario, esperando.
Pero,
he aquí que aquella
que pasó por mis brazos
como una ola
aquella
que
sólo fue un sabor
de fruta vespertina,
de pronto
parpadeó como
estrella,
ardió como paloma
y la encontré en mi
piel
desenlazándose
como la cabellera de una hoguera.
Amor, desde aquel
día
todo fue más sencillo.
Obedecí las órdenes
que mi olvidado corazón
me daba
y apreté su cintura
y reclamé su boca
con todo el poderío
de
mis besos,
como un rey que arrebata
con un ejército desesperado
una
pequeña torre donde crece
la azucena salvaje de su infancia.
Por eso,
Amor, yo creo
que enmarañado y duro
puede ser tu camino,
pero que
vuelves
de tu cacería
y cuando enciendes
otra vez el fuego,
como el
pan en la mesa,
así, con sencillez,
debe estar lo que amamos.
Amor, eso
me diste.
Cuando por vez primera
ella llegó a mis brazos
pasó como las
aguas
en una despeñada primavera.
Hoy
la recojo.
Son angostas mis
manos pequeñas
las cuencas de mis ojos
para que ellas reciban
su
tesoro,
la cascada
de interminable luz, el hilo de oro,
el pan de su
fragancia
que son sencillamente, Amor, mi vida.
Pablo Neruda.