Roberto. 32 años. Estados Unidos.
“Despierto en la mañana sin ánimo de vivir, sin ganas de ir al trabajo.
Lo odio tanto que sólo espero al fin de semana para descansar de mi pesadilla. Sigo mi rutina de todos los días: me baño, visto, preparo mi lunch y mi desayuno, dejo mi casa. Tomo el mismo camino al trabajo, la ruta de 15 minutos para llegar. En ocasiones me paso el semáforo y llego en 10 minutos. Entro al mismo edificio que he visto por 7 años, con sus paredes grises sin vida, altas como murallas y con ventanas con vista a una pared. Quisiera tener una ventana en mi cubículo sólo para respirar. Saludo a mis compañeros y de inmediato empezamos a criticar al jefe y lo que dijo ayer: tenemos que sacar este proyecto en 24 horas, punto. Todos estamos tan molestos pero tenemos que hacer lo que él diga, él firma los cheques.
Como siempre, mi día no se acaba en 8 horas, sino que me quedo 3 horas más por el dichoso proyecto, sin que me paguen las horas extras.
Cuando regreso a casa, cansado y harto de toda mi vida, me encuentro con que mi esposa no ha hecho la comida. El ruido en la casa es infernal.
Los gritos de ella se mezclan con el volumen alto de la televisión. Están pasando una persecución policiaca, el ruido me enloquece.
Tomo las llaves de mi carro y me encamino a un restaurante de comida rápida. En 40 años de vida, siempre he pedido el mismo platillo, único placer que me queda. Regreso a casa y saco una botella de whisky. Apenas tomo dos vasos cuando mi esposa me reprocha que gasto mucho dinero, dice que no tiene con qué pagar las cuentas y debemos dos meses de renta. Me desespera y la golpeo en la cara. Me doy la vuelta, echándole la culpa por todos los errores en mi vida, por no cuidarse y tener esa niña. Me encamino al prostíbulo.
No tengo mucho dinero, solo puedo pagar unos 10 dólares y mi bebida. A la 1:00 am, regreso a mi casa, me estaciono en el garaje, pero no apago el motor. Me doy cuenta que hay mucho humo ahora, y no hago nada.
Mis manos no se mueven. No puedo apagar el carro. Me doy cuenta que me quiero morir. Si me muero, todo esto se acabara. Todos los problemas desaparecerán y por fin seré libre.”
Treinta minutos después, suena la alarma de incendios. Su esposa se despierta preocupada y toma a la niña en sus brazos. Al salir de la casa, se da cuenta que hay humo que viene del garaje. Con cuidado, dejando a la niña a una distancia segura, abre el portón. Una gran fumarola negra sale rápidamente del garaje. La toma desprevenida, y ella empieza a toser. Poco a poco, ve el carro de su marido mientras el humo se disipa.
Con audacia, entra al garaje y abre la puerta del carro. De pronto un grito de terror despierta a los vecinos. Él estaba muerto. Se había suicidado.
Fuente: El libro práctico para cambiar tu vida.-Anton Cela.