El colectivo de la
línea 3 nos zarandea, frena y acelera, para adelante y para atrás. Eso nos
lleva a tomarnos de la mano, estamos de pie y nos sostenemos mutuamente. Los
dos sabemos a dónde vamos y para qué.
Mi hermano me había
dado el lugar y además el consejo de que mejor ella fuera con una amiga. Pero
el problema lo hicimos juntos y los dos tenemos que solucionarlo; además, la
quiero.
Vamos en silencio,
pensando en el laberinto en que nos metimos. Ambos con veinte años, recién
empezamos a vivir, que primero el primario, que después el secundario.
¿Cuándo realmente
tomamos la manija de nuestras vidas?... Hace solo dos años comenzamos a elegir
qué queremos y cómo lo queremos y ya aparece un “tercero” entre nosotros...
No puedo ahora y sobre
todo no quiero.
Tampoco quiero hacer
lo que vamos a hacer...
El colectivo para y
nos bajamos. Dicen que de los laberintos se sale por arriba, pero a este le
pusieron techo.
Caminamos las cuadras
que faltan y pareciera que nos alejamos en vez de acercarnos a nuestro destino,
como esas tomas cinematográficas donde el protagonista corre, corre y sin
embargo lo que está adelante se aleja.
Pero finalmente
llegamos a la dirección señalada y no me despierto, porque lamentablemente este
no es un sueño. Antes de entrar, ella se para frente a mí, me mira con sus ojos
color miel increíblemente bellos y me dice:
-¿tomamos un café?