Ella dice que son
muchas, pero en verdad es una sola la cucaracha que la desvela. Una sola pero
con condiciones excelentes: veloz como pocas, muy buena de reflejos, lo que le
permite gambetear los escobazos de doña Elvira mejor que muchos jugadores de nuestro
fútbol, y con un desarrollo extraordinario del olfato con el cual percibe,
donde se encuentren, los restos de comida más remotos y perdidos.
Con su velocidad
increíble todo lo recorre, todo lo toca. Revisa cada uno de los rincones de la
casa y si bien su especialidad es la cocina, también se aventura a ignotos
parajes como el dormitorio, el comedor o el baño.
Esto le permite tener
opinión formada sobre todos los temas: por supuesto sobre comidas y sus infinitos
sabores, desde el simple churrasco hasta todas las diferentes clases de pastas
y sin olvidar los guisos en sus más variadas formas. Pero además sobre
artículos de limpieza, sus archienemigos, sobre cuáles son realmente tóxicos,
peligrosos y cuáles solamente le perfuman su camino haciendo más agradable su
recorrido. Ni qué hablar de política, conoce perfectamente las épocas de vacas
flacas y las de bonanza, los restos de comida las delatan (hubo momentos en que
hasta las migas de pan faltaban y otros en que eran tantas las sobras que
engordaba demasiado). Erudita en temas sentimentales también, el enamoramiento es
un sentimiento que le depara grandes ventajas, ya que los enamorados están en
otra, se olvidan de ser prolijos y limpitos con la casa, desatención que fue
muy bien aprovechada por ella y que dio vía libre a memorables noches.
Así es como su saber
es inmenso y no deja de meter su nariz en todo.
Quizás por ello será que
doña Elvira la odia tanto. Poco a poco se fue obsesionando con su inquilina ilegal, compró todos y cada uno de los productos mata
cucarachas que existen y nada dio resultado,
llegó al punto de esperar noches enteras para darle el golpe fatal, pero una y otra vez la diminuta sale victoriosa y logra salvar el
pellejo.
Sin
embargo, el que busca encuentra: una tarde de verano, luego de darse un
banquete con los restos de unos mostacholes al pesto, sus preferidos, y ante el
descuido de una irresistible siesta, doña Elvira logra consumar su venganza anhelada.
Con un certero pisotón pone fin a su eterna rival y es que así tenía que ser,
ya que en realidad, ella no admite competencia alguna.
Autor.
Jorge Gustavo Maiocco,