El Leñador y el Demonio


En un albergue perdido en la montaña, la señora a la que llaman “Demonio Femenino”, vestida con un kimono negro, vino a recibirme. Me saqué los zapatos, entré en el cuarto tradicional japonés y descubrí que jamás conseguiría dormir con el frío que hacía. Solicité a la intérprete que pidiese un calentador; la vieja japonesa, con una mirada de desdén, dijo que tenía que acostumbrarme al Shugendo.
- ¿Shuguendo?

Pero la mujer ya había desaparecido, dando instrucciones para que fuéramos a cenar ya. En menos de cinco minutos estábamos sentados en torno a una especie de hoguera cavada en el suelo, con un calderón pendiendo del techo, y pescados en asadores colocados a su alrededor. Enseguida llegó Katsura, mi guía, acompañada por el leñador.

- Él sabe todo sobre el camino – dijo Katsura. – Pregúntele lo que quiera.

- Antes de hablar, vamos a beber – dijo el leñador. – El sake (una especie de vino japonés, hecho de arroz) en la cantidad justa aleja a los malos espíritus.

- ¿Aleja a los malos espíritus?
- La bebida fermentada está viva, va desde la juventud hasta la vejez. Cuando llega a la madurez, es capaz de destruir el Espíritu de la Inhibición, el Espíritu de la Falta de Relaciones Humanas, el Espíritu del Miedo y el Espíritu de la Ansiedad.

No obstante, si es bebida en exceso, ella se rebela y trae al Espíritu de la Derrota y de la Agresión. Todo es una cuestión de saber el punto que no se debe sobrepasar.

Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que a Vos recurrimos. Amén.

Bebimos sake y nos comimos los pescados que se asaban alrededor del fuego. La dueña de la posada se unió a nosotros. Pregunté por qué la llamaban Demonio Femenino.

- Porque nadie sabe donde nací, de donde vengo, ni cual es mi edad. Decidí ser una mujer sin historia, ya que mi pasado solo me aportó dolor; dos bombas atómicas explotando en mi país, el fin de los valores morales y espirituales, el sufrimiento por las personas desaparecidas. Existen ciertas tragedias que no entenderemos nunca. Un buen día resolví empezar una nueva vida: entonces dejé todo atrás y me vine a vivir a esta montaña. Ayudo a los peregrinos, cuido del albergue, vivo cada día como si fuera el último. Y me divierto al conocer todos los días a personas diferentes. Siempre conozco a personas extrañas – como usted, por ejemplo. Nunca había visto a un brasileño en toda mi vida.  Tampoco había visto a un negro hasta 1985.

Bebimos más sake, y el Espíritu de la Falta de Relaciones Humanas pareció haber sido alejado.

- ¿Por qué las personas vienen hasta Kumano? – pregunté al leñador.

Para pedir algo, pagar una promesa, o porque quieren cambiar su vida. Los budistas recorrían los 99 lugares sagrados que están esparcidos por aquí, y los sintoístas visitaban los tres templos de la Madre Tierra. Por el camino encontraban a otras personas, compartían problemas y alegrías, rezaban juntos, y terminaban por entender que no estaban solos en el mundo. Y practicaban Shugendo.

Recordé lo que me había dicho el Demonio Femenino y pedí que me explicara qué era aquello.

- Es difícil de explicar. Pero digamos que es una relación total con la naturaleza: de amor y de dolor.
- ¿Dolor?
- Para dominar el alma, tienes también que aprender a dominar el cuerpo. Y para
dominar el cuerpo, no puedes tener miedo al dolor.

Y contó como, de vez en cuando, iba con un amigo hasta uno de los precipicios próximos, se ataba una cuerda en la cintura y permanecía colgado en el espacio vacío. El amigo balanceaba la cuerda para que él chocara varias veces con la roca; cuando sentía que estaba a punto de desmayarse, hacía una señal y era de nuevo izado.

- El hombre tiene que conocer a la naturaleza en todos sus aspectos – dijo el leñador. – Su generosidad y su inclemencia. Solo así puede enseñarnos lo que sabe, y no solo lo que queremos aprender.
Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que a Vos recurrimos. Amén.

Sentado alrededor de aquella hoguera, en un albergue perdido en medio del Japón, con el sake alejando las distancias, el Demonio Femenino riéndose conmigo (o de mí), yo comprendí la verdad de las palabras del leñador: era necesario aprender lo que necesitaba, y no únicamente lo que quería. En aquel momento, decidí que encontraría alguna manera de practicar Shuguendo en el camino de Kumano.