Un amor para la eternidad

Hoy viene a mi memoria aquellos tiempos en los que la metamorfosis de transformación de muchacho a hombre, era de común aceptada por todos cuantos le conocían, cuando éste era llamado a filas para servir a su patria.

Fue en aquella época, cuando Manuel entró en caja y fue sorteado, teniendo el privilegio de ser llamado a filas por las Fuerzas Armadas de la Marina, en el momento más inoportuno de su existencia.

Mariana, su novia de toda la vida le había anunciado dos semanas antes, que había tenido una falta producida con toda seguridad a consecuencia de aquel arrebato de pasión, que juntos experimentaron en la tórrida noche de la última festividad de San
Manuel alegó y, expuso su problema en la Comandancia de Marina, donde – sin mucho entusiasmo- prometieron tener en cuenta sus alegaciones; pero mientras tanto hubo de presentarse en el Cuartel de Instrucción de Marinería en donde recibió la debida preparación, para más tarde embarcar en una fragata rápida llamada “ La Deseada”, ésta forma parte de una escuadrilla compuesta por dos fragatas más “ La Albatros” y “ La Invisible”.

Allí aprendió que en el argot marinero a una gruesa cuerda con la que se amarraba el buque al atracar en puerto a la bita, se le llamaba “ estacha”; aprendió que mirando en dirección a la proa del buque, la izquierda era” babor “ y la derecha “estribor”; así también, hubo de aprender que la dirección del barco dependía de la “ Caña” - pues así llamaban al timón -, y del Comandante del buque cuyo nombre era Don Antonio de Altos Salados, del cual también aprendió por su porte, comportamiento y ejemplo, lo que eran la disciplina, la dignidad y la caballerosidad del espíritu militar.

Don Antonio de Altos Salados era militar de carrera y un señor de la cabeza a los pies; conociendo la situación personal de Manuel, lo escogió como ayudante de timonel – acción que se agradecería a sí mismo, poco tiempo después –, lo cual sirvió a Manuel para admirar el mar en todas sus manifestaciones y plenitud, con sus puestas de sol mágicas, que daban paso y abrían el espectáculo de la bóveda celestial y su mapa estelar que durante milenios sirvió de guía a intrépidos navegantes. También pudo admirar amaneceres de ensueño, con el astro rey surgiendo en la línea del horizonte. 

también, cómo no, presenció y sufrió sus furiosas embestidas y arrebatos, cuando con sus bravías y temibles tempestades zarandeaba el buque como si de una cáscara de nuez se tratase.

En este momento crucial en la vida de Manuel, fue cuando nuestros destinos se cruzaron, y siendo vecinos del mismo pueblo congeniemos rápidamente; muchas juergas –que ayudaron a mitigar la soledad de las ausencias - contribuyeron a afianzar nuestra confianza y a sincerar nuestras penas
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Juntos sufrimos las inevitables novatadas de los veteranos; una de ellas consistía en convencernos de que en aquel lugar los arrestos no existían, en su lugar, a la más pequeña infracción, el marinero era atado a una “estacha” y se le pasaba por la quilla, atravesando el barco de la popa a la proa… y según contaban pocos sobrevivían. 

Para un recién llegado a aquel lugar, estas revelaciones eran realmente inquietantes.

Con “ La Deseada” naveguemos por mares de medio mundo, y conocimos incontables puertos y lugares, confraternicemos con las Armadas de otros países y banderas amigas y aliadas cuyas tripulaciones - como es propio de cualquier tripulación en un buque de guerra que se precie- estaban compuestas de individuos de todo pelaje; lobos de mar, neuróticos, incomprendidos amargados, algún “viva la virgen” y, algún que otro “caballito de mar descarriado”, también abundaba el tipo jactancioso que presumía y alardeaba de una conquista en cada puerto -aunque lo único cierto y real de dichas conquistas eran aquellas que adquirían en lupanares y tugurios de dudosa reputación.

Fue en una de las muchas maniobras conjuntas que realizábamos con países amigos, cuando al regresar de una noche en que celebremos el feliz término de una de las operaciones navales, y al subir a bordo del buque atravesando el portalón que separaba la fragata de tierra, el cabo de guardia nos llamó a los dos compañeros de tambarria, indicándonos que el “Lepanto” o gorra que traíamos puesta y con la cual cubríamos nuestras cabezas, no pertenecía a nuestro barco, ni a nuestra escuadrilla…, ni siquiera pertenecía a nuestra Armada. En la cinta que circundaba el gorro aparecía un nombre francés ´Égalité, por lo que dedujimos que nuestros aliados de aquella noche de parranda debían pertenecer a dicho país.

El cabo fue condescendiente por esta vez, a cambio, eso si, de unos paquetes de Winston y una botella de Vap69, que fumamos y bebimos junto, en un ambiente de cordial camaradería una vez terminó el cabo su guardia.

Autor: Francisco López "Fisquero"