Le decían “el loco”, “el
candidato perpetuo”, “candidato del pueblo” y “candidato de la gente”, esto en
medio de caravanas, guiños, chistes y otras burlas… Era don Nicolás Zúñiga y
Miranda, personaje de la vida política de México, quien en aquellos tiempos
cuando don Porfirio Díaz ganaba todas las elecciones, se postuló como candidato
independiente a la Presidencia de la República en cinco ocasiones y desde su
primer intento, luego de ser derrotado, denunció el fraude electoral y se
autodeclaró “Presidente legítimo de México”.
Don Nicolás (Zacatecas,
1865-Ciudad de México, 1925) fue un personaje famoso en su tiempo, a tal grado
que el pintor mexicano Diego Rivera lo inmortalizó en un mural que podemos
apreciar hoy en día en un espacio cultural atrás de la Alameda Central (Balderas
y Colón), en el museo que se llama así precisamente: Museo Mural Diego Rivera,
que depende del INBA.
El mural se llama “Sueño de
una tarde dominical en la Alameda Central” (pintado en 1947), en el que al lado
de la Catrina de Posada, Maximiliano, Carlota, Diego Rivera (niño) y Frida,
vemos a don Nicolás en dos detalles: en un periódico de la época que levanta un
voceador y también dialogando con el presidente Díaz.
Don Nicolás muy pronto pasó
a ser un personaje típico de la ciudad en su papel de “legítimo”, la gente que
lo encontraba por la calle, en los cafés o restaurantes, le daba el trato de
“señor Presidente”. Su presencia era ya tan natural como los estudiantes de San
Ildefonso, el Café la Blanca o los dulces de La Celaya.
Rodrigo Borja Torres escribió
el libro: Don Nicolás Zúñiga y Miranda o el candidato perpetuo (Porrúa), en el
que describe muy bien a este personaje y las reacciones que suscitaba...
FUROR GUERRERO
Cuenta Borja que don
Nicolás era un hombre tranquilo, de gran bigote, que vestía levita negra
cruzada y sombrero de copa. Era, además, abogado de profesión y tenía su
despacho en lo que hoy llamamos el Centro Histórico. Dicen las crónicas que su
carácter era apacible hasta que la proximidad de la elecciones era para él como
el llamado de la selva para los gatos. Entonces enloquecía, entraba en un
estado de furor guerrero, se le recrudecía esa obsesión por ser el
Presidente... ¡Y dios guarde la hora!
Así que presa de esta
excitación, Zúñiga lanzaba su candidatura por un partido que era él mismo, con
lo que se ahorraba debates, campañas internas o encuestas. En 1892 se presentó
como el “candidato de la gente” con muchos ánimos, pero don Porfirio le ganó.
En esos comicios de 1892,
don Nicolás aseguró haber sido el vencedor y para defender su victoria,
denunció el fraude, por lo que fue arrestado y pasó casi un mes en la cárcel.
Fue entonces que, al salir, se autoproclamó “Presidente legítimo de México” y,
lógicamente, al presidente Díaz le endilgó el calificativo de “usurpador”.
Se sabe que Zúñiga y
Miranda participó en las elecciones presidenciales de 1896, 1900, 1904 y 1910,
siempre con el mismo resultado y con la misma respuesta: denunciar el fraude y
autoproclamarse “Presidente legítimo”.
GOBERNAR UN MANICOMIO
Los historiadores no se
ponen de acuerdo (aunque es un caso para Freud o de perdida para el doctor
Lammoglia) si don Nicolás estaba obsesionado por el poder o si sentía placer
por la derrota. Porque en realidad compitió ocho veces por la Presidencia:
cinco contra don Porfirio y también contra Carranza (1917), Obregón (1920) y
Calles (1924).
Jesús Silva Herzog relata
una anécdota muy significativa en su texto Madero y el Plan de San Luis
(Colmex): en pleno proceso electoral, Madero se entrevistó con Díaz para
platicar una salida negociada al conflicto en puerta. Madero propuso que
reeleccionistas y antireeleccionistas unieran sus fuerzas y votaran por don
Porfirio para la Presidencia, pero que también se pronunciaran ambos en favor
de Madero para la Vicepresidencia. Al General no le gustó la idea. Entonces
Madero le contestó que siendo así, pues “se verían en las elecciones”. A lo que
Díaz respondió sin violencia, pero con sorna: “¡Bien dicho! Veremos lo que
resuelven los comicios. Ya sé que tengo dos rivales para la Presidencia, usted
y Zúñiga y Miranda”.
A tal grado fue esta
familiaridad del personaje y la curiosidad que despertaba su postura como de
alguien salido de sus cabales, que el propio don Porfirio se interesó en hablar
con él. Porque Díaz estaba convencido —así lo declaró— que mandar en México era
como “gobernar un manicomio”. Todas las cortes tienen su bufón, su loco y su
santo.
FUENTE. El Economista.