Según las biografías medievales,
Juana habría nacido en 822 en Ingelheim, cerca de Maguncia. Ávida de
conocimientos, vive primero, por un tiempo, en Atenas.
En esa época, no se permite a las
mujeres realizar estudios, por lo que se hace pasar por un joven y toma el
nombre de Juan el Inglés. Este subterfugio le permite frecuentar desde entonces
las más importantes abadías del siglo XII en Francia, entre ellas la de Saint
Germain-des-Prés, y de adquirir allí grandes conocimientos.
Cuando llega a Roma, se da
inmediatamente a conocer por su sabiduría y su piedad así como por su gran
belleza. Siendo ya cardenal, a la muerte del papa León IV es designada para
sucederle en 855. Nadie conoce, por supuesto, su verdadera identidad y Juana
accede al trono pontificio con el nombre de Juan VIII el Angelical.
Desempeña su cargo con gran
dedicación y se muestra, aparentemente, muy digna de él. Pero en abril del año
858, durante una fiesta de Rogativas, se desploma repentinamente en plena
calle, da a luz poco después a un niño y muere en las horas siguientes. El
escándalo entre los fieles es enorme y la Papisa es enterrada a escondidas en
un lugar no consagrado.
Los entretelones de una historia
oscura.
El libro del siglo XIII que
relata la historia de la Papisa se titula Chronicon pontificum et Imperatorum
(Crónica de papas y emperadores) y fue escrito por el sacerdote dominico Martin
de Troppau. Poco tiempo antes, otro dominico, Esteban de Borbón, menciona
también el caso de una mujer que fue Papa, pero lo sitúa más tardíamente,
alrededor del año 1100. Incluso existen relatos presentados como más antiguos,
pero en realidad apócrifos, es decir, fabulosos, que se refieren a este hecho.
El mismo papa León II habría
mencionado en una carta al Patriarca de Constantinopla, a mediados del siglo
XI, a una mujer que ocupó el trono de los pontífices de Roma. Sólo hay un hecho
cierto: a principios del siglo XV la existencia histórica de la Papisa es
aceptada por todos, puesto que varios dignatarios de la Iglesia dan fe de ello
en sus escritos, los que Roma no juzga necesario censurar. En ningún caso se
puede sostener, en consecuencia, que la historia de Juana haya sido inventada
por detractores de la Iglesia para asestar un golpe bajo a su reputación.
Por el contrario, el primer autor
que tomó definitivamente posición en contra de la existencia de una mujer
pontífice es un protestante llamado David Blondel, en 1647.
Según las biografías medievales,
Juana habría nacido en 822 en Ingelheim, cerca de Maguncia. Ávida de
conocimientos, vive primero, por un tiempo, en Atenas.
En esa época, no se permite a las
mujeres realizar estudios, por lo que se hace pasar por un joven y toma el
nombre de Juan el Inglés. Este subterfugio le permite frecuentar desde entonces
las más importantes abadías del siglo XII en Francia, entre ellas la de Saint
Germain-des-Prés, y de adquirir allí grandes conocimientos.
Cuando llega a Roma, se da
inmediatamente a conocer por su sabiduría y su piedad así como por su gran
belleza. Siendo ya cardenal, a la muerte del papa León IV es designada para
sucederle en 855. Nadie conoce, por supuesto, su verdadera identidad y Juana
accede al trono pontificio con el nombre de Juan VIII el Angelical.
Desempeña su cargo con gran
dedicación y se muestra, aparentemente, muy digna de él. Pero en abril del año
858, durante una fiesta de Rogativas, se desploma repentinamente en plena
calle, da a luz poco después a un niño y muere en las horas siguientes. El
escándalo entre los fieles es enorme y la Papisa es enterrada a escondidas en
un lugar no consagrado.
Los entretelones de una historia
oscura.
El libro del siglo XIII que
relata la historia de la Papisa se titula Chronicon pontificum et Imperatorum
(Crónica de papas y emperadores) y fue escrito por el sacerdote dominico Martin
de Troppau. Poco tiempo antes, otro dominico, Esteban de Borbón, menciona
también el caso de una mujer que fue Papa, pero lo sitúa más tardíamente,
alrededor del año 1100. Incluso existen relatos presentados como más antiguos,
pero en realidad apócrifos, es decir, fabulosos, que se refieren a este hecho.
El mismo papa León II habría
mencionado en una carta al Patriarca de Constantinopla, a mediados del siglo
XI, a una mujer que ocupó el trono de los pontífices de Roma. Sólo hay un hecho
cierto: a principios del siglo XV la existencia histórica de la Papisa es
aceptada por todos, puesto que varios dignatarios de la Iglesia dan fe de ello
en sus escritos, los que Roma no juzga necesario censurar. En ningún caso se
puede sostener, en consecuencia, que la historia de Juana haya sido inventada
por detractores de la Iglesia para asestar un golpe bajo a su reputación.
Por el contrario, el primer autor
que tomó definitivamente posición en contra de la existencia de una mujer
pontífice es un protestante llamado David Blondel, en 1647.