Palabras sobre la fé.


—Todos los hombres necesitamos creer en algo y buscamos ansiosos
aquello en lo que hemos de creer. Mas todos los hombres tenemos temor de equivocarnos y continuamente tomamos demasiadas precauciones y esas muchas veces esas demasiadas precauciones nos impiden encontrar aquello que buscamos. Necesario es que los hombres volvamos a ser tan puros e inocentes como los niños, ellos creen en las cosas que les agradan y las aceptan sin mayores preocupaciones. Ellos no sospechan de un león cobarde que quiera ser conocido por su valor y arrojo para infundir temor y causar daño a los demás, ellos sólo desean que ese león cobarde pueda ser valiente porque intuyen que eso lo haría feliz.

Ahora bien, nuestra fe y nuestro temor están siempre en pugna, porque otro de los nombres del temor es duda y debemos procurar que no exista.

Todos los hombres procuramos creer en algo y a ese algo lo llamamos de muchas maneras, lo importante no es cómo nombrar o qué nombre dar a aquello en que ponemos nuestra fe, sino que la cuestión es que aquello debe ser digno de que depositemos nuestra fe. Por eso, entendedme bien, yo no reniego de la duda, ¡la duda es tan importante como la fe! porque una buena duda, al despejarla, puede hacernos creer más firmemente en las cosas. No se trata, por lo tanto, de creer todo de buenas a primeras, necesario es ser cuidadoso con aquello en lo que hemos de poner nuestra fe, cuidadoso no significa entorpecer nuestro camino con temores infundados, prejuicios, complejos o preocupaciones absurdas, significa ocuparse en despejar la duda. Lo verdaderamente importante es no  cerrarse a nada y tener siempre el corazón dispuesto para creer, una vez que las dudas se hayan aclarado. La fe ciega puede llevarnos a la aniquilación de nuestra fe, mas las dudas absurdas e interminables, conducen a la misma aniquilación.

Necesario es que seamos cuidadosos, pero también es necesario hacerle caso al corazón, ya que si él no está de acuerdo con algo, no habrá razón alguna que lo haga comprender. Recordad aquello de que "el corazón tiene razones que la razón desconoce", pero procurad que vuestro corazón sea como el corazón de un niño, porque el corazón de un niño está henchido de fe y de preguntas.

Otros, antes que yo, os dijeron que la fe es capaz de haceros caminar sobre las aguas. También se os dijo: "la fe mueve montañas". Pero no debéis olvidar jamás que lo verdaderamente importante es que la fe os haga más hombres.

Porque sólo los hombres de verdad, aquellos que tiene corazón de niños, pueden confiar en sus semejantes e intentar abolir el temor, porque del temor nacen demasiados males. Sólo debemos permitir la existencia de la duda, de la duda creadora de auténtica fe.

Así dijo El Ermitaño, el Manso Amado, y cerró sus ojos para dormir, pues estaba muy cansado.