Cuenta una fábula la historia de un joven huérfano que no tenía familia, ni a nadie que lo amase.
Se sentía triste y solitario: y mientras caminaba un día por un prado, observó que una pequeña mariposa había quedado atrapada en un arbusto espinoso. Cuanto más luchaba la mariposa por liberarse, más profundamente se clavaban las espinas en su frágil cuerpo.
El muchacho con mucho cuidado, liberó a la mariposa, pero ella, en lugar de irse volando, se transformó ante sus ojos en un ángel.
El muchacho se frotó los ojos sin poder creer lo que veía, mientras el ángel le decía:
Por tu gran bondad, haré lo que me pidas.
El joven pensó por un momento y luego dijo: Quiero ser feliz.
Muy bien, le respondió el ángel y luego acercándose a él, le susurró unas palabras al oído y desapareció.
Al joven creció, se hizo mayor, y no había nadie en el país más feliz que él.
Cuando la gente le pedía que les dijese el secreto de su felicidad, solamente sonreía y decía: Escuché a un ángel cuando era niño.
En su lecho de muerte, sus vecinos se reunieron a su alrededor y le pidieron que divulgase el secreto de su felicidad antes de morir.
Finalmente, el anciano accedió y les dijo: El ángel me dijo que la felicidad depende de saber que los demás nos necesitan...
¡Que simple, que sencillo! Seguro que esperabas alguna revelación especial, pero no.
Con frecuencia pensamos que la felicidad depende de lo que tenemos, de nuestras posesiones, del éxito en la vida, de la fama... quizás por eso, amamos las cosas y usamos a las personas, cuando en realidad deberíamos usar las cosas y amar a las personas.